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el señor de los anillos, Gandalf, Hobbit, libros, Sociedad Tolkien, Tolkien
Por Anita de Hoyos
J.R.R. Tolkien era un buena vida. Es decir, alguien que disfrutaba con una abundante comida hecha en casa, con paseos por el campo en los largos atardeceres del verano, con una buena conversación sin afanes y con mirar la chimenea en la noche, mientras cebaba su pipa y bebía un té. El ritmo plácido de la campiña inglesa. Una vida simple y feliz que en las vecindades de Oxford, donde Tolkien tenía su casa, todavía era posible. Vida simple y feliz que él logró trasladar a la Comarca, ese paraíso perdido que nos enseñó a amar y donde él sólo era un hobbit más.
Uno no se explica cómo un tipo así fue capaz de ser un escritor, porque escribir está ubicado en los antípodas de la buena vida. Escribir es sufrimiento, tomar el toro del trabajo por los cuernos y no soltarlo hasta haber pagado la dosis diaria de sangre. Hacer literatura siempre ha sido una labor agotadora y sucia y un tipo tan cómodo como Tolkien no parecía destinado a un camino tan áspero.
Él lo sabía. Por eso, en su adolescencia prefirió posar de poeta (los poetas pueden darse el lujo de escribir un par de estrofas al mes y ya cumplieron); y por eso en su madurez decidió dedicarse a la filología (los filólogos trabajan en tierra ajena y su compromiso es más relajado); y por eso siempre encontró excusas para no sentarse ante un papel en blanco y demoró más de cincuenta años en no terminar El Silmarillion. Como Bilbo Bolsón y como Gandalf, Tolkien fue longevo y una corta novela infantil, una historia épica de 1.400 páginas y un puñado de relatos, la mayoría inconclusos, no son la cuota que corresponde con ochenta y un años de labor de un genio que murió lúcido. Así que no demos más vueltas y admitámoslo: como buen hobbit, era un perezoso. Él mismo lo admitía.
Compensaba su pereza con una memoria fuera de lo común y una habilidad natural para jugar con las palabras que le permitió hablar seis idiomas a los 9 años y crear de niño un par de lenguas nuevas, que después destruyó porque “mi mamá no estaba de acuerdo con que perdiera el tiempo de esa manera”. Detestaba a los hermanos Grimm, Peter Pan nunca le llegó al alma y sospechó de Alicia en el País de las Maravillas y del Flautista de Hamelín, porque eran historias sombrías “que no tenían el atrevimiento de terminar bien”.
Se interesó en los cuentos de hadas por puro mecanismo de defensa: en la Primera Guerra Mundial estuvo en la ofensiva del Somme, una masacre vergonzosa donde unos generales ineptos enviaron a lo mejor de Inglaterra a un matadero que sólo dejó de operar cuando había producido 600.000 muertos. Rodeado de fango, sangre y entrañas reventadas, viendo caer a sus mejores amigos y devorado por unos piojos insaciables que transmitían la fiebre de las trincheras, el joven teniente Tolkien entendió que la historia era una pesadilla y que el mundo mágico de las hadas era preferible a esta realidad de cadáveres que se podrían a la intemperie, colgando de las alambradas como espantapájaros. Cuando regresó a Oxford, no sólo descubrió que de los 3.000 estudiantes de la universidad habían sobrevivido menos de 300, sino que su fascinación por los mundos de la fantasía no lo abandonaría jamás.
Así se pasó la vida: escondiéndose con estilo. Diseñando refugios que le permitieran pensar que el hombre era mejor de lo que era y que los avances de la “civilización” no tocarían su amada Comarca. “Sólo un loco o un estúpido serían capaces de contemplar el siglo XX sin horror”, dijo algún día y hablaba en serio. Esta perspectiva reaccionaria no contradecía su natural buena onda, su caritativa visión de católico y su firme convicción de que —a pesar de todos sus defectos— la democracia era preferible a la monarquía.
Hay muchos que no necesitan que los defendamos porque se han pasado la vida demostrando que la opinión de los demás les importa poco. Tolkien es uno de ellos, pero no sobra insistir en que a pesar de las acusaciones que se le han hecho, a pesar de haber nacido en Sudáfrica y de haber sido picado por una tarántula en su infancia, no fue un racista, ni un traumatizado. La crítica amarga se ha cebado en Poe y en Lovecraft, en los cuales ha pillado elementos muy turbios que explican su fascinación por el blanco. Este no es el caso de Tolkien y no lamentamos carecer de espacio para demostrarlo, porque es obvio. Si después de leer El Señor de los Anillos alguien piensa que Gandalf está justificando el apartheid, lo sentimos porque ha perdido algo irrecuperable y que le hará mucha falta: la inocencia.
Esta inocencia fundamental, que defendió con garras y dientes hasta al final, le permitió a Tolkien legitimar la fantasía en un mundo azotado por el materialismo y la vulgaridad. Por eso se tomó la molestia de escribir un artículo donde defendía al Beowulf, diciendo que describir un dragón es preferible a hacer una larga enumeración realista de las condiciones de la vida cotidiana de la Inglaterra del siglo XII.
Su interés por la mitología también tuvo un origen lateral. Cuando se aplicó a construir los fundamentos del élfico (algo que acompañaba con otros divertimentos, como hacer crucigramas en galés antiguo), descubrió que era imposible crear un idioma sin crear primero una mitología que lo sustentara. Para ponerlo en sus palabras, porque las nuestras están condenadas a ser menos precisas: “El propósito de un idioma no es el intercambio de información, sino el diseño de un espacio donde es posible el sueño”. Enredado concepto, tal vez. Pero muy respetable, porque gracias a él tenemos el élfico y sus bases: El hobbit y El Señor de los Anillos.
Es que ser un hobbit no es poco. Que lo diga J.R.R, Tolkien, quien tuvo el descaro de vivir una vida feliz y edénica en un sitio muy parecido a la Comarca, y gozó de un matrimonio feliz y contó a sus hijos unos cuentos memorables y murió de una indigestión de chocolates a los 81 años.
Muy buen artículo, pero lo de la ingesta de chocolates no es verdad. Es cierto que muy poco se dice de la muerte de Tolkien. En cualquier página, incluída la Wikipedia, cuentan que murió 21 meses después de su mujer, queriendo darle un toque romántico. Después de buscar un poco, he encontrado esto: http://www.findagrave.com/cgi-bin/fg.cgi?page=gr&GRid=1456
Dice que murió de una úlcera sangrante en el pecho.
Supongo que la autora también ha querido darle un toque «romántico hobbítico» aludiendo a su gusto por el chocolate 🙂
Pues el artículo no me ha gustado un pelo. Comienza de una forma curiosa, pero después está relleno de tópicos absurdos y de simplificaciones, algunas ofensivas.
A lo mejor es que lo leo con ojos de persona que además de ser filóloga escribe poesía. Vergüenza debería darme ser tan vaga.
Y a mis profesores, por enseñarme el Beowulf.
Es un artículo ligero, literario que no científico, lo cual es obvio. No pretende ser una tesis doctoral fundamentada ni es necesario un sobresaliente en Teoría de la Literatura para entender que sus afirmaciones no son alusiones al colectivo de filólogos. ¿Qué pasa, que cada vez que se escribe algo tiene que considerarse una alusión destructiva? Lástima que los profesores que enseñan Beowulf no suelan contar con la capacidad sobrehumana de enseñar adultez. Sí, verguenza debería darte. Pero desde luego no la pereza, sino la ligereza de juicio, impropio de cualquier titulado superior.
Pues fíjate, Saruman, que yo sería partidario de vetar y/o revocar titulaciones superiores a aquellos que tienen la empatía inferior a la de una gamba.
Leche…. es que ni una oyes.
No me ha gustado nada.
Si alguien se ofende por un articulo como este es que tiene un serio problema y/o demasiado tiempo libre.
A nosotros lo que nos da penita es que cuando más se comentan los artículos, es cuando no gustan :(((
POR QUÉEEEEEE????!!!
😦
¿Alguien me puede explicar cómo es posible que tengamos cuatro comentarios pelados en todo el blog, pero ahora nos encontremos con tantos de golpe, sólo por un artículo que, para empezar, no hemos escrito nosotros, y para terminar no pretendía sentar cátedra?
Es que alucino, de verdad. Este blog se hizo con la pretensión de publicar todo tipo de noticias, artículos, etc, relacionados con Tolkien y su obra. Lo hacemos entre varios, y lleva su tiempo (aunque no lo parezca), y os garantizo que no voy a consentir que se me llene de mierda en cinco minutos. Así que empezad a exponer vuestras opiniones con una base y un poquito de respeto, por favor.
Y por lo pronto no tengo intención alguna de permitir que se cuele ni un sólo comentario más que no sea una crítica bien fundamentada al artículo en cuestión, que hay que tomarse como lo que es, un artículo sin importancia.
Jolines.
Mis bases: Google y la Wikipedia. Y con todo mi respeto.
http://cartasdesdeazkaban.blogspot.com.es/2012/08/jrr-tolkien-una-descripcion-otra-de.html
As you wish, my queen.
Muchas gracias HInude 🙂
Míriel.
P.D. Ya no soy reina! 😛
DESPRECIO DE FILÓLOGOS Y POETAS
Esta situación es clásica. La han vivido desde quienes sólo pretenden la risa hasta quienes son ya grandes. Le ha pasado a El Jueves, a Eduardo Mendoza, a Juan José Millas (¡la semana pasada!), a Maruja Torres y a Pérez Reverte, entre otros.
Citar, ya sea de forma particular o colectiva, una actividad, supone a continuación recibir en forma de carta, llamada o invectiva, una queja basada en el supuesto desprecio del autor por dicha actividad o colectivo. Hay artículos enteros dedicados a explicar, una y otra vez, que mostrar por escrito cualidades reales o atribuidas de un sujeto perteneciente a un colectivo, o arquetipos de dicho colectivo incluso, no supone dejar de menos a dicho colectivo, ya sean calvos, numismáticos, taxistas, o participantes en forocoches, por poner ejemplo . Este cometario pertenece al grupo de esas explicaciones. Dada la inteligencia de los lectores, no creí que un comentario de este tipo fuera necesario. Me equivoqué.
Nada en el artículo en cuestión permite deducir que la posición de su autora sea la que se le pretende atribuir, que piense de verdad que los filólogos sean vagos, o que realmente considere la poesía de menos como forma de arte y cultura. La frase alegre en la que compara el trabajo de poesía y novela, de tan puro ligera, no es sino ironía, y en mi opinión no debería haber sido valorada como seria.
Pero claro, llegan los serios. Se hace poco aprecio del artículo en cuestión por sus inexactitudes y por su falta de profundidad. Defendible crítica, claro. Pero quizá no sea tan defendible cuando debe acompañarse, como para reforzar la opinión, de la atribución de que la víctima hace desprecio de filólogos y poetas. Se sacan los galones del conocimiento reglado para defenderse individualmente de un supuesto ataque al colectivo al que se pertenece. Ataque que, curiosamente, ¡no existe! Ni al colectivo en general, ni a la defensora de los poetas en particular.
La mente humana es curiosa. Colocas dos elementos cerca y ya parece que sean una misma cosa o que tengan algo en común. Colocas que el artículo no tiene un fondo impresionante al lado de la atribución imaginaria de que desprecia a los filólogos y ya parece que sólo tengas que defenderte como filólogo para poner al artículo donde corresponde, en la basura. Flaco favor a la Filología y a la Poesía si se las considera disciplinas tan débiles como para tener que defenderse de fantasmas. Eso sólo aumentará su debilidad. Nunca he compartido el desprecio que la sociedad actual parece transmitir por los conocimientos humanistas, pero saltar ante un artículo como este revela por completo las inseguridades de sus autores, no las de la Filología.
Además, si se entra en casa de otro para criticar sus muebles… Bueno. Es una forma de ganarse algún ladrido.
Nota filológica final, si se me permite el intrusismo. Fernando Lázaro Carreter, dentro de sus artículos “El Dardo en la palabra” comenzó el dedicado a la expresión “y/o” con un rotundo “Si esta sandez prospera… […]. No seáis insensatos, no escribáis sandeces, si podéis evitarlo.
Saruman, hoy, más sutil. Para que veáis.
Gracias a todos por contestar. Siento que a algunos no os haya gustado el artículo, pero qué se le va a hacer, nunca llueve a gusto de todos :P.
Espero que estéis como mínimo igual de animados comentando también en nuestros próximos posts, insensatos!!!
¡Olé! Al fin alguien que habla con sentido común. ¿Dónde ponen aquí el botón de «Me Gusta» a los comentarios?
Tolkien era vago. Tolkien repudiaba el progreso científico (mal entendido al ver las Guerras y la destrucción de la Campiña, pero qué le vamos a hacer, era tremendamente ignorante en ciencia, aunque le gustase la CF). Tolkien vivía sencillamente como un Hobbit. Tolkien no era escritor en el más estricto sentido de la palabra, sino una pesadilla para los editores. Tolkien era disperso y produjo muchísimo, pero como no pretendía vivir de sus escritos lo que produjo fueron pilas de papeles en lugar de catorce novelas. En la ESTEL han aparecido artículos similares reinvindicando la vida sencilla que tenía y que dotó a sus Hobbits. Tolkien, a pesar de todo, mola; que es lo que ha pretendido decir la autora.
Sólo un apunte: Anita de Hoyos no es una autora, es un autor que escribe bajo seudónimo femenino. Su nombre real es Luis González, y es escritor de telenovelas
http://www.elespectador.com/entretenimiento/imagen-230169-luis-gonzalez-mas-conocido-anita-de-hoyos
Un saludito 😉
Mola. Telenovelas colombianas. Tremendas
Solo una pequeña observación: lo de los chocolates es verdad. Talkien tenía una tremenda ulcera gástrica. Tres días antes de morir, asistió a una cena donde no quiso probar alcohol (los médicos se lo habían prohibido por completo) pero se dedica comer chocolates como loco. Y todo aquel que padezca de una úlcera (como es mi caso)sabe el terrible efecto de los chocolates sobre las heridas en el estómago. Talkien despertó sangrando al día siguiente y terminó en un hospital donde murió dos días después. Los chocolates lo mataron. Saqué la información de la biografía de Talkien escrita por Daniel Grotta. Por lo demás, muy agredecido por sus comentarios (los favorables y los desfavorables). Y un saludo desde mi Comarca.