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Reseña a cargo de Amaya Muñoz «Elentári»

Había una vez un pueblo, no hace mucho tiempo para los de buena memoria, ni muy distante para los de largas zancas. Llevaba el nombre de Wootton Mayor, porque era más grande que Wootton Menor, a pocos kilómetros de distancia en la espesura del bosque.

El pasado domingo 3 de marzo, las socias del Smial de Númenor nos reunimos en la cafetería El Rincón de Pacífico de Madrid para debatir y comentar la última obra publicada de J.R.R. Tolkien, El Herrero de Wootton Mayor.

La sinopsis del libro es la siguiente:

La conjunción benéfica del mundo de la fantasía y el mundo de los hombres se consigue y se pierde en una transmisión de poderes. Cada veinticuatro años se celebraba en la aldea de Wootton Mayor la fiesta de los Niños Buenos. La ocasión era muy especial y se preparaba entonces una Gran Tarta que alimentaría a los veinticuatro niños invitados. La tarta era muy dulce y sabrosa y estaba toda cubierta de azúcar glas. Pero dentro había unos ingredientes muy extraños y quienquiera que comiese uno de ellos conseguiría entrar en el País de Fantasía.

Escrita en 1967 es uno de los pocos cuentos de hadas que Tolkien escribió y que resulta autónomo al resto de sus trabajos. Como tal, el relato no sólo demuestra madurez narrativa, sino también una manifestación depurada de su poética sobre el género en su ensayo Sobre los cuentos de hadas, tal y como nos indicó y nos recomendó leer nuestro compañero Beleg Cúthalion.

Comentamos que muchas personas piensan que tiene algo de «alegoría autobiográfica» (aunque ninguna es lo suficientemente explícita), pues encierra una cierta explicación de cómo veía Tolkien su trabajo como cultivador del género de fantasía.

Estuvimos de acuerdo en que el cuento tiene algo de balance y de adiós esperanzado, de discurso de reivindicación de su obra y de despedida, o de paso a otros del testigo que llevó durante su vida. Serán precisamente la nostalgia y la sensación de pérdida que se desprenden de estas palabras las que están presentes en el tono narrativo de la obra pero redimidas a través de la epifanía que implica ceder la experiencia de la Fantasía a alguien más.

Tolkien caricaturiza, en las actitudes y gestos de Nokes, a esas personas que no saben nada de la Fantasía, o del País de Fantasía, como gente que recuerda conceptos vagos y que asocia este término con infancia: podría estar pensando en algunos críticos literarios que no comprendían nada de su trabajo creativo.

En definitiva, nos ha parecido un relato profundamente sincero y conmovedor.

Para finalizar, recordar que para Tolkien la felicidad era «una larga conversación con amigos acompañada de una pipa y una cerveza». No hubo pipas en la reunión pero sí alguna que otra cerveza y mucha, mucha conversación entre amigos.