
Esta es una de esas noticias que te hacen desear tener un cartel luminoso que diga «Vergüenza ajena» y ponerlo en tu tejado.
Los productores de El Hobbit han decidido enfrentarse (en los tribunales si es necesario, ¡faltaría plus!) a los dueños de un bar de Southampton que han tenido la desvergüenza, la cara dura y el morramen de llamar a su establecimiento «El Hobbit».
¿Pero a dónde vamos a llegar? ¡Cómo osan! Y encima se escudan en la absurda defensa de la admiración por el autor para robar impunemente un nombre que a todas luces pertenece a unos pobres productores que intentan ganarse el pan con el sudor de su frente… Y que nuestros ojos tengan que verlo…
Pero gracias a Eru, a Gandalf y a las pantuflas de Frodo el humilde gabinete de abogados de la productora ya se ha puesto las pilas y han dejado bien clarito que de admiraciones nada. El nombre de «Hobbit» pertenece legalmente a los productores hasta que el contrato lo diga, que para eso lo han pagado. Por favor, a estas alturas, utilizar la palabra «fan» como excusa para hacer lo que nos de la gana. Ya está bien. Ya vale.
De hecho, las amenazas no deberían limitarse al malvado bar familiar inglés. Habría que poner a todo el mundo en su sitio, ¡de una vez por todas! Se acabó lo de llamar a tu perro «Bilbo» porque te apetezca. Todas esas mascotas ilegales deberán cambiar sus nombres, o bien exponerse a acabar en la perrera. Nada de adornar tu habitación con pósters de El Señor de los Anillos, salvo aquellos homologados, reglamentados y aprobados expresamente por el comité de derechos de la humilde productora. Con sello que lo certifique en la cara de Gandalf. Plaf.
¿Y qué es eso de llamarse «Aragorn» en el chat de turno, o utilizar el rostro de Orlando Bloom, con su piel de culito de bebé y su pelo sin caspa como avatar? Mal, muy mal. Exigimos un castigo ejemplar para el uso fraudulento de nombres e imágenes, para que se detenga este abuso que escandaliza a propios y ajenos.
Menos mal que todavía hay productoras decentes que se toman estos asuntos en serio. Podemos dormir tranquilos.